Educación y Vínculos. Revista de Estudios Interdisciplinarios en Educación
Universidad Nacional de Entre Ríos, Argentina
ISSN-e: 2591-6327
Periodicidad: Frecuencia continua
núm. 10, 2022
Sección Maestros y sus maestros
«Una revista académica es una ventana al mundo… es una política de formación». Entrevista a Carina Muñoz1
«An academic journal is a window to the world... is a training policy». Interview with Carina Muñoz
Resumen:
Carina Muñoz es licenciada en Enfermería, profesora en
Ciencias de la Educación, Magíster en Salud Mental y Doctora en Ciencias Sociales
por la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Fue docente titular e investigadora en
las carreras de Enfermería, profesorado y licenciatura en Ciencias de la Educación
y en la carrera de Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Educación,
de la UNER y en la Facultad de Ciencias de la Vida y la Salud de la Universidad Autónoma
de Entre Ríos. Muñoz ha sido formadora de enfermeres, educadores y de
comunicadores. En sus programas de cátedra incluyó voces poco escuchadas como
las de Georges Canguilhem y Maurice Merleau Ponty. Es autora del libro Lecturas del cuerpo-del-paciente. Aportes de las ciencias sociales a la
semiología médica (EDUNER, 2018) y de numerosos artículos
sobre educación, ciencias sociales y salud mental. En 2017 creó, junto a un equipo de docentes y estudiantes, la Revista Educación y Vínculos. Revista de estudios
interdisciplinarios en Educación y fue su directora hasta el año
2020, en que se jubiló. El último jueves del mes de octubre nos encontramos para entrevistarla. Faltan unos
días para el Día de Muertos y en su hogar los sentires y gestos de la cultura
mexicana se hacen visibles. En esta atmósfera se inicia nuestra conversación,
en la que memoria y horizontes son una huella latente; también las rupturas y
continuidades que ligan sus proyectos personales y colectivos y, entrelazan con marchas y
contramarchas un recorrido singular de formación. Como constructora de equipos y de grupalidades, y a contrapelo de lo que reproduce la palabra jubilación, ha acompañado en
la elaboración de varios números de esta revista; gesto
político-pedagógico a celebrar,en tanto tomamos
parte, e invitamos a partir de su lectura a tomar parte de una experiencia propia, vital y
demorada que se expresa en esta décima edición a través de esta
entrevista.
Palabras clave: entrevista biográfica, interdisciplina, políticas pedagógicas, revista académica, Salud Mental.
Abstract:
Carina Muñoz has a degree in Nursing, a professor in Educational
Sciences, a Master's in Mental Health and a PhD in Social Sciences from the National University
of Entre Ríos (UNER). She was a tenured professor and researcher in the Nursing careers,
teaching staff and degree in Education Sciences and in the Social Communication career, at the
Faculty of Education Sciences, UNER and at the Faculty of Life Sciences and Health of the
Autonomous University of Entre Ríos. Muñoz has been a trainer of nurses,
educators and communicators. In his professorship programs he included rarely heard voices
such as those of Georges Canguilhem and Maurice Merleau Ponty. She is the author of the book
Lecturas del cuerpo-del-paciente. Aportes de las ciencias sociales a
la semiología médica (EDUNER, 2018) and numerous articles on
education, social sciences and mental health.
In 2017, together with a team of teachers and students, he created the Education and Links
Magazine. Journal of interdisciplinary studies in Education and was its director until 2020
when she retired. On the last Thursday of October, we met to interview her. There are a few days left until the
Day of the Dead and in your home the feelings and gestures of Mexican culture become
visible. In this atmosphere our conversation begins, in which memory and horizons are a
latent trace; also, the ruptures and continuities that link their personal and collective
projects and intertwine with marches and counter-marches a unique training journey. As a team and group builder, and against the grain of what the word retirement 'reproduces',
she has accompanied the preparation of several issues of this magazine;
political-pedagogical gesture to celebrate, as long as we take part, and we invite from your
reading to take part in your own, vital and delayed experience that is expressed in this
tenth edition through this interview.
Keywords: biographical interview, interdiscipline, pedagogical policies, academic journal, Mental Health.
Marina y Mariana: Queremos conversar con vos como primera directora de la Revista Educación y Vínculos, en su décima publicación. Imaginamos una escena de escucha, a partir de ejes que de alguna forma ordenaron nuestras inquietudes: lo biográfico, lo intersectorial, lo interdisciplinar y el aniversario. Para iniciar nos gustaría preguntarte sobre tus recorridos y cruces de formación.
Carina Muñoz: Para los tres ejes diría: «es la vida, la vida…» porque no es que tuve un rumbo con objetivos claros, más bien, mi vida sólo fue aconteciendo. Una vez le decía a alguien que «siempre me pasó que estudié una cosa y trabajé de otra». Ahora no sé si es tan así pero sí estuve siempre recalculando planes y en los bordes de las disciplinas. En cuanto a lo biográfico y a la formación yo soy hija de un obrero ferroviario y de una hija de inmigrantes alemanes que vinieron entre guerras. Por esta pertenencia de clase, soy también una hija de la escuela pública. Yo me enteré tardíamente de que había un debate político tan profundo entre la educación privada y la educación pública. Mi explicación infantil era simple cosmovisión de clase, la escuela de las monjas era para para los ricos y/o para los muy católicos, ¡y yo no era ninguna de las dos cosas, por eso no era para mí! Después, cuando estudié Ciencias de la Educación, comprendí que la educación pública es una bandera, una reivindicación muy importante y una tradición política intelectual en nuestro país, en la cual me inscribo.
Hice la primaria en la Escuela N.º 29 de Strobel (Entre Ríos), había maestras únicamente, no maestros. De algunas guardo recuerdos entrañables, por ejemplo, la señorita Negrita Rodríguez (no recuerdo su nombre). Era quizás la más joven de todas. Además de atender su cuarto grado, nos daba clases de folklore. Los varones no se entusiasmaban así que armó un grupo de mujeres, pero bailábamos malambo. ¡Hasta participamos en competencias! La directora era una mujer mayor, la señorita Lala Fabre de Kozel. Tampoco sé cómo se llamaba, era una persona muy respetada, una autoridad escolar y, a la vez, muy querida. Recuerdo su peinado Jackie Kennedy, uñas rojas, medias de vestir con una franja negra en la parte de atrás, sus tacones y su guardapolvo blanco impecable. Era una estampa que contrastaba por completo con el ambiente de pueblo rural. Se dirigía a nosotros diciéndonos «buenos días niños», no chicos, ni mucho menos gurises. Esas escenas de la escuela pública yo las atesoro.
Después pasó que, todavía cursando la escuela primaria, la dictadura militar trastocó por completo las cosas. A nosotros, a mi familia, nos afectó directamente por la persecución a mis hermanos mayores, que fueron detenidos políticos. Militaban en el peronismo. Y al pueblo se nos dividió en perseguidores y perseguidos políticos. Eso fue terrible. En Strobel la dictadura cambió la estafeta postal. Estaba en una familia y terminó en otra. Como parte del control de la gente, imagínense eso. Recuerdo muy bien cuando se llevaron a mis hermanos, la angustia de mi madre de no saber y sospechar lo que podía haberles pasado. Sufrimos varios allanamientos, en fin. Quienes teníamos familiares detenidos políticos, pasamos a tener «el cartel de subversivos». Era dura esa estigmatización en ese contexto de tanta eficacia del dispositivo del terrorismo de Estado. A la vez, había que ser muy consciente de tener cuidado, no hablar, no salir, en fin… todo pasó a ser amenazante. Así cursé casi toda la escuela secundaria en el Colegio Nacional de Diamante. En ese período y en ese contexto de la dictadura, mi madre se suicidó. Probablemente como parte del proceso de duelo nos sobrevino como familia la necesidad de cambiar de lugar. Mi hermana y yo estábamos por terminar la secundaria y comenzábamos a pensar cómo continuar estudios superiores. Así que antes de finalizar la secundaria nos mudamos a la capital de la provincia.
Apenas llegamos comencé a estudiar música, en la Escuela Carminio Castaño, en los cursos para adolescentes. Sin embargo, no se me ocurrió inscribirme en el profesorado de música, era una de mis pasiones, pero no estaba en mi horizonte laboral, ¡no podía imaginarme vivir y trabajar con la música! Tampoco se me ocurrió estudiar otro profesorado, o magisterio. Mi padre nos había dicho que eligiéramos cualquier carrera, excepto las que tuvieran que ver con las ciencias sociales o con la política, lo más lejos de eso. Una manera de cuidarnos supongo.
Decidí estudiar enfermería; también mi hermana lo hizo luego. Una prima mayor que nosotras había egresado de la Escuela Superior de Enfermería que entonces dependía de la Secretaría de Salud. Era una escuela terciaria de prestigio en la calidad de formación. Si bien durante la dictadura todas las instituciones públicas tenían interventores militares, esta escuela era una excepción. Cecilia Arcaute de Garayalde, su directora, era una persona comprometida con los Derechos Humanos. Su esposo, el abogado Juan Garayalde, junto con sus colegas Juan Carlos Brollo y Eduardo Solari, fueron de los contados profesionales que patrocinaron a familiares de detenidos para las presentaciones de habeas corpus durante la dictadura. De hecho, los servicios de inteligencia de entonces les habían puesto una bomba en el estudio. Vivíamos con mucho miedo, no se podía confiar mucho en nadie… Estudié enfermería porque era lo que podía en ese contexto y encontré en esa escuela un cierto amparo, aunque siempre había un Falcon verde en la puerta, por supuesto. Recuerdo muy bien haber llegado a clase el día que habían tomado las Malvinas y era un revuelo entre les estudiantes. Yo sentía la misma desolación que durante el mundial de la década del setenta y ocho, era una sensación de estar viviendo fuera de lugar. Pero aun así, ese [la Escuela de Enfermería] era un lugar seguro y tenía profes muy piolas: Nidia Nosetto, Susana Pignata, Inés Martínez, Violeta Rodríguez, la secretaria era María del Rosario Charo Montiel (actriz y docente de la carrera de teatro en la UADER). Era gente que sabía lo que estaba pasando; recuerdo que leíamos a Paulo Freire, a Pichón Riviére y la Revista Mutantia, que dirigía Miguel Grimberg.2
Me recibí y tuve esa etapa de recién recibida en donde uno trabaja de todo lo que se le cruza. Eran las suplencias de 15 días o un mes. Ahí empecé a trabajar en varios espacios de salud privada. En la salud pública también. Dos o tres años después de estar recibida me aparece una suplencia en la Escuela de Enfermería. Primero una suplencia a término fijo (mediados del año 1987) y mientras la estaba haciendo se produce una vacante. Había Ley de Incompatibilidad en la provincia, no podía tener dos cargos –escuela y hospital– tuve que optar. En ese período también empecé a participar en la Asociación de Enfermería, no sé por qué, para eso no tengo mucha explicación.
Cuando me gradué la asociación prácticamente no existía, se había creado en la década del sesenta, tenía una sede que era una especie de baulera en la Cruz Roja y había dejado de funcionar a principio de los años setenta. Como parte de ese activismo asociativo-gremial resolvimos promover que les enfermeres de la provincia pudieran obtener la licenciatura. La Universidad Nacional de Córdoba tenía un programa a distancia para complementación curricular de licenciatura. Armamos un chárter para viajar junto con 50 personas. Creo que viajamos seis meses y sobrevino la hiperinflación que jaqueó al gobierno de Raúl Alfonsín en 1989.
Tuvimos que dejar. Eso fue muy frustrante porque era un proyecto colectivo para mejorar nuestro campo profesional en la provincia. Pero en esa experiencia conocí a una profe de Enfermería, Olga Filippini3. Me marcó una intervención suya en la que deconstruyó magistralmente el estigma la enfermería como profesión menor: «cuando alguien cree que nos descalifica porque somos las que ponemos la chata y limpiamos los culos, les quiero decir que esa es una tarea profesional que nos honra. Ninguno de nosotros va al baño delante de alguien más si no es una persona de extrema confianza. Así que cuando una persona nos llama para pedirnos la chata, nos está distinguiendo con esa confianza. Pero además, es una acción que requiere habilidad técnica, es decir científica; si ponés mal la chata, podés agravar el cuadro de un paciente crítico cardíaco o neurológico, por ejemplo». Me sentí maravillada. Estaba muy acostumbrada a un discurso de la Enfermería que reclama reconocimiento a los demás, que suele victimizarse por el componente de género, el modelo médico hegemónico. Y esta mujer no se victimizaba. La admiré solo por esa manera de resignificar el discurso más estigmatizante respecto de la enfermería. Con los años no pude confirmar el dato, pero entonces alguien me contó que ella había estudiado Ciencias de la Educación, y me dije: «yo quiero ser eso».
Tal vez para remontar la frustración de la Licenciatura en Enfermería en Córdoba, me inscribí en Ciencias de la Educación en la UNER por sugerencia de mi compañero, Gustavo Vaccalluzzo, quien todavía cursaba Comunicación Social. Esos dos seres me iluminaron para llegar a Ciencias de la Educación. Yo había conseguido una suplencia en cargo vacante como docente de enfermería y al mismo tiempo sabía que no tenía formación docente, así que fui en búsqueda de eso. Recuerdo que iba como por tercer año y lloraba porque sentía que sabía cada vez menos. ¡Había ido con preguntas y tenía cada vez más preguntas!
En la Facultad de Educación me encontré con un universo que me tomó por completo, lo hice mío. Muchos maestres… Recuerdo que ese encuentro con la historia, a través del profesor Juan Vilar, para mí fue sanador, casi terapéutico. Fue resignificar lo que había vivido como tragedia familiar personal en la historia del país. Digo, la terapia es central para el trámite de cualquier aspecto traumático, sin embargo, me sigue asombrando cuán poderoso es inscribir lo personal en la historia social, colectiva. Cuánto pueden aportar las ciencias humanas y sociales para comprender el carácter histórico social de los padecimientos que el discurso capitalista de los medios –y las redes– nos venden como individual.
Disfruté mucho del proceso de formación, recuerdo un conjunto de profesores que acompañaron una iniciativa que tuvimos con un grupo de estudiantes ya avanzados para ese entonces, que planteábamos la necesidad de discutir la problemática del sujeto en un ciclo de encuentros: Silvia Duluc, era secretaria académica (y años después fue mi directora de tesis de maestría y de doctorado); también acompañaron Gustavo Lambruschini y María Elena Candiotti, profesores de Filosofía, entre otres. Pero el psicoanálisis, a través de la profesora y psicoanalista Norma Barbagelata, fue para mí un camino de transformación que, creo, aún continúa. Esa es mi historia de formación de grado, en grandes trazos. Pero hay otro largo capítulo de mi formación en la experiencia laboral, por suerte con muy buenas maestras y maestros. Pero es otra historia.
M. y M.: En estos diálogos propuestos consideramos que también prevaleció una articulación con lo intersectorial y con lo interdisciplinar. Una mirada de la universidad pública enraizada en el territorio y preocupada por la construcción colectiva, ¿de qué manera describirías esta apuesta en continuidad con esta trayectoria política?
C.M.: Lo intersectorial como perspectiva teórico-política de intervención –en cualquier campo disciplinar– creo que a mí me viene, básicamente, de esa historia familiar de la militancia política. Ha sido algo que siempre abracé. En el sindicato, en la militancia política, uno aprende la importancia de trabajar con otres. También pude vivirlo en las prácticas de salud. Ramón Carrillo4 decía que «frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas». Es verdad. En infectología sabes que la tuberculosis –por citar un ejemplo– no afecta a cualquier huésped… Parafraseando al Martín Fierro, puede golpear a las puertas de todes, pero entra en aquellas donde hay un huésped susceptible. Ese es un principio de la salud pública que permite comprender que la intersectorialidad es una necesidad de cualquier intervención social comunitaria, no hay otra manera.
En la formación de posgrado tuve otra experiencia muy importante con la interdisciplina, en la Maestría en Salud Mental de la Facultad de Trabajo Social de la UNER. Era uno de los primeros posgrados que se abrían en la región, dentro de una universidad pública. Acaba de celebrar sus 30 años. Bueno, la salud mental no es una disciplina es un campo problemático, heterogéneo, completamente heterogéneo. Hace unos días se murió Vicente Galli5, un faro en la salud mental pública de este país. Él decía que «el campo de la salud mental excede, técnica y operativamente, el sector salud». Es decir, vos no podés trabajar en salud mental sin trabajar en Derechos Humanos, en educación, en vivienda, en trabajo, en cultura. Esta perspectiva se fue construyendo en mí desde esas experiencias de militancia política y sindical, y desde el modo de ser de estos campos disciplinares que me han interesado, el de las ciencias de la salud y la salud mental y las –destacando el plural– ciencias de la educación.
En lo que refiere a la otra parte de la pregunta sobre la universidad, diría que es lo mejor y lo peor a la vez. Creo que lo mejor sale de la universidad pública. Eso está claro, por ejemplo, en lo que ha sido la experiencia social de la pandemia, ¡chapeau! Toda la tecnología aplicada a la logística del dispositivo sanitario, desde el montaje de hospitales, la fabricación de respiradores, el despliegue de la campaña de vacunación masiva, sin precedentes. Buena parte de esos recursos en desarrollo tecnológico fueron aportados por las universidades públicas, fue notable. Lo pudimos ver, son hechos incontrastables.
La universidad representa también, en su mejor versión, un imaginario social de pluralismo de ideas y debates que se puede fechar en el emblema de la reforma de la década del dieciocho. Es cierto que, en su versión real, las universidades parecen estar cada vez más lejos de ese ideario. Sin embargo, digo que no podemos perder de vista que aún puede decirse que ese ideal es el de la verdadera universidad, pese a todo lo perdido en diferentes procesos. Primero, a manos de los sectores reaccionarios y conservadores que Rolando García denunciaba como cómplices de la tristemente célebre «noche de los bastones largos»6 del onganiato, a finales de los años sesenta y después, a fines de los años noventa, lo que Silvia Duluc llamaba el eficientismo neoliberal7. Digo esto y me acuerdo de Gustavo Lambruschini8 hablando de la bildung. ¿Qué es una persona con formación? Alguien que puede inscribir su punto de vista dentro de otros puntos de vista, para sostenerlo o cambiarlo, pero siempre sabiendo que es uno entre otros. El profesor decía que la universitas era el lugar de la pluralidad de las voces, de las ideas, pero al mismo tiempo, de valores queridos por todos. Es decir, vos podés pensar distinto, solo que tenías que abrazar valores queridos por todos, como el respeto por las diferencias. Eso es muy hermoso. Es el pluralismo como superficie de identificación de la universidad, lo universal plural.
Lo feo, la otra cara, en parte ya la hablamos: las luchas sociales y su conflictividad tienen sus expresiones en todas las instituciones, también en la universidad. Cada uno de nosotres se inscribe con las decisiones que toma cada vez; en cada jugada hay implicaciones ético políticas. Ahora bien, la universidad es también una institución funcional al ideario del individualismo capitalista, por la meritocracia, el elitismo, por las disputas ruines envueltas en papeles y palabras políticamente correctas. Es decir, la miseria humana aparece con un pulimiento extraordinario; hay una discursividad tan erudita como frívola y un estilo de acción política en la que predomina el descompromiso, la indiferencia, la hipocresía; el conservadurismo. Recuerdo que en una entrevista que le hice al entonces secretario de extensión de la UNER, Daniel de Michele, a propósito del ajuste neoliberal en las universidades, me respondió: «los investigadores de la universidad son como malabaristas porque cuando la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU) dice “tenés que investigar haciendo la vertical con el dedo meñique y tocarte la oreja con el dedo gordo del pie izquierdo…” cualquiera responde “¡pero eso no se puede!”. Sin embargo, especialmente ustedes, los de ciencias sociales, lo hacen… ¡no sé cómo lo hacen, pero lo hacen!» Él ironizaba como funcionario de la universidad y como médico. Pero en efecto, hay mucho de lo que Hannah Arendt llamaba servidumbre voluntaria. Es decir, hay una abdicación al ejercicio pleno de la autonomía como valor central y como concepto fundante de nuestra identidad universitaria en Argentina. La autonomía universitaria es una condición que se predica no sólo de los órganos colegiados de gobierno, sino de cada uno de sus ciudadanos. Sin embargo, esto parece haberse olvidado; no hay ni rebelión, antes bien parece predominar la subordinación como valor. Eso también existe. La universidad es las dos cosas a la vez.
M. y M.: Desde y con los diálogos interdisciplinarios se gesta una revista académica. ¿Cómo fueron los inicios de Educación y Vínculos?, ¿cuáles fueron las decisiones fundacionales?, ¿qué autores y qué lectores se pensaron como destinataries?
C.M.: No sé bien por qué, pero las publicaciones siempre me parecieron importantes herramientas como parte de las prácticas políticas, en diferentes ámbitos. Trabajé como coordinadora del área extensión universitaria de la Facultad de Ciencias de la Educación, entre 1997 y 2002. En ese entonces, no se había creado aún la secretaría. En ese contexto también me esforcé por construir una revista institucional. La FCEdu tenía desde hacía bastante tiempo un Proyecto Editorial que estuvo dirigido por la profesora Alicia Entel y luego por la profesora Marcela Reynoso. Había publicado, entre otros textos, la Serie Cuadernos, con colaboraciones importantes como la de Peter McLaren, referente de la teoría crítica en educación, o de Héctor Schmucler, uno de los intelectuales más importantes del campo de las ciencias sociales en nuestro país. Una agrupación estudiantil del Centro de Estudiantes, la Franja Morada, había sacado una revista que circulaba en el ambiente universitario, llamada Gracias Gutemberg9. Pero la Facultad de Ciencias de la Educación, en la que se desarrollaba con fuerza la carrera de Comunicación Social, no tenía una revista institucional como publicación regular. Hice mi aporte en ese sentido a fines de los años noventa, principios de 2000. Comenzó como un Proyecto de Extensión, era una revista en papel. Eso fue una etapa, el comienzo de mi historia laboral en la facultad, hice mi mejor esfuerzo, con más entusiasmo que experiencia.
En cambio, la revista Educación y Vínculos fue parte del final de mi vida universitaria activa. La propusimos como parte de las actividades previstas en el Proyecto Integral Vínculo pedagógico, transmisión y lazo social en escuelas secundarias. Relaciones intergeneracionales, aprendizaje y socialización, del Programa Universidad y Territorio. Había aprendido por la experiencia propia y de compañeres que el apartado de publicaciones era un punto débil en nuestros currículums y esto, en muchos casos, afectaba la accesibilidad a becas de movilidad académica. Luego advertí que la práctica de escritura es también algo que se construye dentro de la propia cultura académica institucional, es un aprendizaje social y colectivo. Ese era el registro personal de la cuestión que se resignificó al escuchar a Juan Ignacio Piovani en una jornada organizada por el Doctorado en Ciencias Sociales de la UNER. Otra vez, la comprensión de lo personal a través de lo social.
Piovani presentaba avances del Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC I)10 sobre el estado de situación en las ciencias sociales. Uno de los déficits que él encontraba tenía que ver con las publicaciones en revistas acreditadas e indexadas. No recuerdo el dato preciso, pero el refería una proliferación muy significativa de revistas académicas en todo el país. Cada facultad tiene su revista, pero en la mayoría de los casos no cumplían con los estándares de las publicaciones científicas. Palabras más, palabras menos, decía Piovani: «se escribe con cinco amigos y colaboraciones a pedido»11. En efecto, había muy pocas publicaciones de ciencias sociales indexadas. Pensé en hacer una revista que esté en esos estándares, porque eso es lo que necesitamos, para nosotres y para las nuevas generaciones. Lo que necesita el sistema de formación pública de cientistas sociales es que sus facultades tengan revistas con esos estándares.
Con el equipo del proyecto, definimos que fuera una publicación digital, en aquel momento todavía prevalecía el valor de la revista física, en papel. Una de las razones era el menor costo económico, otra ecológica, ahorra papel, pero la principal fue, las posibilidades de la circulación, la potencialidad de lectores que ofrece la Web.
De esta manera se pensó una revista digital, de descarga gratuita, pero también diseñada para que no te gaste tinta. Es decir que el diseño no fuera al ojo, sino que te permita imprimir. Pensando en alguien que estudia y que necesita bajar un archivo. Fue algo que yo pude disfrutar haciendo mi tesis de doctorado. Esta idea la articulamos con ese Proyecto Integral de Universidad y Territorio con la necesidad de difundir en principio nuestra experiencia, pero con ese horizonte de abrir a las necesidades institucionales y de los más jóvenes.
M. y M.: ¿Qué implican los 10 números, más allá de lo celebratorio de un número terminado en cero, los afectos, apuestas formativas, las publicaciones como políticas pedagógicas? Considerando que en esta gesta aparece la intervención e intersección.
C.M.: Sí, evidentemente es un motivo de celebración. Diciendo esto me acuerdo de otro maestro querido, Sergio Caletti, profesor de la carrera de Comunicación Social con quien tuve la fortuna de trabajar entre 2002 y 2015. En una situación nos encontramos con alguien que muy contento le cuenta: «¡y al fin sacamos la revista!», «¿por qué número van?» inquirió Caletti. «Bueno, sacamos el primero…», fue la respuesta algo incómoda. Con tono de chanza filosa, el maestro mandó un remate: «Bueno, te voy a felicitar cuando saquen el tres, premisa de periodista». Cuando se fue la persona libré un «¡pero qué necesidad de decirle eso…!» a lo que me respondió divertido: «Cualquiera saca una revista, pero no cualquiera puede sostenerla». Tenía mucha razón. Así que, es momento para felicitar el número 10, por supuesto.
Una revista, una publicación regular, es siempre un proyecto colectivo, y los proyectos colectivos se sostienen en el compromiso y el trabajo compartido, es decir, en los afectos. Nosotros contamos con el apoyo inicial de quienes nos acompañaron a conformar el Comité Académico, con el acompañamiento del Área Gráfica del Centro de Producción en Comunicación y Educación de la Facultad de Educación. Fortunato Galizzi diseñó el logotipo de la revista, interpretando el concepto de vínculo como terceridad; Regina Kuchen propuso el diseño de tapa en series con fotografías de filigranas, Lucrecia Grubert y Florencia Hernández han sostenido ese proceso durante estos años. Por otro lado, si bien estaba previsto desde el inicio del proyecto, la participación de la Tecnicatura en Producción Editorial ha sido clave a la medida que, a través de su coordinador, Juan Pascual, ofrecimos el espacio de la revista para que les estudiantes realizaran sus prácticas curriculares pre profesionales en diseño y maquetación, así como el desarrollo de normas de presentación, de estilo, etcétera. Así, la pasantía de Sabrina Colliard primero fue un aporte decisivo y luego, la pasantía de Andrea Villaverde, encargada de la revisión de estilo y textos en inglés. Esta es una experiencia de trabajo interdisciplinario por excelencia.
Otro plano de articulación interinstitucional muy productivo fue la EDUNER y luego, el Portal de Publicaciones Científicas de la UNER, PCient12. En una primera instancia, el director de EDUNER, Gustavo Martínez, nos brindó asesoramiento para diseñar conceptualmente y planificar la revista. Luego, a partir de la creación del portal de publicaciones, bajo la coordinación de Martín Maldonado y de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNER, cambiamos el alojamiento de la revista, pasamos del micro sitio de la Facultad de Educación al sitio del PCient. En dicho pasaje, se llevó a cabo un plan de mejoras que permitió el acceso a las indizaciones que actualmente tiene la revista. Es para destacar el hecho que este proceso influyó positivamente en otras publicaciones de nuestra universidad.
Una revista es siempre un espacio de formación en más de un sentido. Por un lado, para editores, implica un aprendizaje para producir contenidos de calidad y presentar propuestas interesantes a les lectores. Es una vara que debe mantenerse alta, como expectativa. La indización es una forma de garantizar lo mejor para les lectores, pero también, por otro lado, hay que tener una apertura a la escritura joven, al novel escritor y formar en ello. Esa tiene que ser una función irrenunciable de una revista de educación. Lo hemos charlado siempre en el equipo editorial. Una revista académica tiene que formar no solo a sus lectores, sino también a sus autores, es una política de formación. Me parece muy importante que una revista ayude a formar autores, ese es su valor pedagógico. En una facultad como la nuestra, es importante que les estudiantes puedan graduarse con la experiencia de haber publicado. No en el sentido menor de la acumulación de antecedentes en el currículum, sino como parte de la formación de un espíritu que se autorice en tanto autor, sostener una palabra pública no sólo para aprobar exámenes, para el profesor como destinatario excluyente de las producciones escritas. Esa es una experiencia que requiere ser considerada en varias dimensiones, casi como una práctica curricular.
M. y M.: ¿Cuáles son los desafíos para seguir pensando y construyendo?
C.M.: Una revista académica es una ventana al mundo, literalmente. Hay que saber que tenés una ventana al mundo y es una ventana en el sentido de que es un lugar… En los pueblos pequeños, uno puede saludar por la ventana, pedirle lo que le falta al vecino por la ventana. En ese sentido lo digo. Desde esta ventana de tu pequeña comunidad vos podés comunicarte e intercambiar con otres. Y gracias a la Internet, ese intercambio se facilita con personas de lugares muy alejados físicamente. Pienso en el vínculo que mantenemos con el equipo de Teresa de Jesús Negrete Arteaga13, y también con el profesor Raúl Enrique Anzaldúa Arce14, de la Universidad Pedagógica Nacional de México. Teresa, en particular, es parte de una generación que se formó con algunos de les intelectuales argentines en el exilio, durante la última dictadura, en especial, su relación con Eduardo Remedi15. Para nosotres, este vínculo abre indudablemente una hermosa posibilidad de construir un ida y vuelta con ese intercambio entre Argentina y México que ha tenido fuertes resonancias en nuestro país y en nuestra facultad.16
Me parece que ese es un camino para continuar y ampliar explorando posibilidades con muchas pequeñas comunidades académicas de nuestro país o de otros países, achicando distancias, habilitando experiencias de trabajo colaborativo, y ampliando la comunidad de autores y lectores. En principio no hay límites para ese intercambio y eso haría de esta ventana una posibilidad maravillosa.
Al mismo tiempo, «sigamos produciendo escritores, autores». Cuando digo eso me refiero a animar a las nuevas generaciones a que escriban, a los estudiantes del grado. Ese es un desafío.
Notas