La filosofía como camino de la pasión. Entrevista a Gustavo Lambruschini1
Juan Pablo Gauna, UNER - UBA | jpgauna@hotmail.com
Gustavo Armando Domingo Lambruschini (Rosario, 1949 - Paraná, 2020) fue profesor de filosofía y militante político. Como docente tuvo a su cargo las cátedras Corrientes del Pensamiento, Teoría Política y Filosofía de la Comunicación en la Licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Participó de la política académica, siendo varias veces consejero directivo en dicha casa de estudios. También se desempeñó como docente en la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER), en materias como Filosofía Política, Teoría Política y Filosofía de la Historia. En ambas instituciones dictó numerosos seminarios de grado y posgrado, y formó nutridos equipos de trabajo. En la década de 1970 militó en Tendencia Revolucionaria Peronista. En el escenario local fue un activo participante en el debate de ideas, principalmente a través de sus columnas de opinión publicadas en El Diario de Paraná. Participó, junto a otras personalidades referentes, de la incorporación de la asignatura Derechos Humanos como contenido obligatorio para todas las carreras del nivel superior en Entre Ríos, durante la gestión de Marta Zamarripa como directora del nivel superior no universitario del Consejo General de Educación —política que fue pionera en materia de educación y derechos humanos— y, luego, en la Cátedra Abierta de Derechos Humanos Martha Saldías de Uranga, de la que formó parte junto a la directora de esta revista entre 1997 y 2002.
Este coloquio sondea los cruces y bifurcaciones entre la militancia política y la vida académica, haciendo énfasis en los avatares de los procesos políticos y de algunos debates intelectuales que tuvieron lugar en la ciudad de Buenos Aires durante la década de 1970 y en Entre Ríos durante el decenio de 1980.
Gustavo Lambruschini encarnó una biografía compleja donde los compromisos político e intelectual fueron una constante y estuvieron en consonancia con el proyecto vital de una parte de su generación. Su paso por la cátedra universitaria y por la arena política dejó una huella destacada en la región, a través de su actitud polemista y de sus frutos al interior de la Universidad pública.
Este diálogo da cuenta de momentos densos de la trayectoria política e intelectual de Lambruschini pero que, a la vez, forman parte de una historia en común, compartida con buena parte de los animadores de la cultura nacional de las últimas décadas. La interlocución se desarrolló con mucha verborragia —propia del entrevistado— ya que los tópicos abordados lo interpelaron fuertemente, por tratarse de las vivencias de un contexto dictatorial y donde primaron las pasiones. El encuentro tuvo lugar en una de las aulas de la Facultad de Ciencias de la Educación, ámbito natural de este profesor y donde su voz tenía fuerte predicamento. En el edificio ubicado frente a Plaza Alvear se sucedieron una buena cantidad de sus horas cátedra, en las cuales inició al estudiantado en el mundo de la filosofía y en el pensamiento crítico, e incorporó a un buen número de ayudantes de cátedra para transformarlos en investigadores y docentes universitarios. Muchos de los temas de sus escritos aparecen testimoniados en este diálogo.
Una formación doble
Juan Pablo Gauna: Bien, para ubicarnos temporalmente, me gustaría empezar por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), ¿cuándo ingresaste y cuándo egresaste?
Gustavo Lambruschini: Yo ingresé a la Universidad de Buenos Aires en el segundo cuatrimestre de 1968 y egresé en el primer cuatrimestre de 1976 —contestó enfundado en su traje y corbata habituales—. La pregunta del millón es por qué tardé tanto tiempo en hacer la carrera de filosofía. En parte, porque hubo dos cierres compulsivos de la Facultad… yo no lo podría precisar, pero creo que entre los dos tiene que haber sido más de un año, o por lo menos dos cuatrimestres. Además, uno se dedicaba a la militancia. De hecho, en el año 1973, cuando a criterio nuestro —se refiere a la Tendencia Revolucionaria— comenzaba la revolución socialista, dejé de estudiar porque no tenía ninguna clase de sentido para una persona que se había preparado para ser comisario del pueblo, estar revolviendo papeles cuando había llegado el momento de la acción. De modo tal que yo dejé de estudiar y volví a la Facultad después de la experiencia del gobierno de Cámpora, que yo lo caracterizaría como el único gobierno de izquierda que ha tenido toda la historia de nuestro país. Nunca en la Argentina ha gobernado la izquierda, excepto ese breve período.
Ese fue un período, desde el punto de vista político y desde el punto de vista ideológico, muy rico porque cuando ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras no había agrupaciones peronistas y no había peronistas. Y al poco tiempo nos encontramos con que la gran mayoría era peronista. Entonces, eso fue bautizado de manera grandilocuente como «la nacionalización de los estudiantes», es decir, de encarnar las ideas de izquierdas con el sujeto real que estaba en condiciones de llevar adelante el proceso de liberación nacional y social.
J.P.G.: Me interesaría que hicieras una reseña de cómo te formaste políticamente en tu paso por la facultad y cómo te formaste intelectualmente. ¿O fue todo de la mano?
G.L.: El caso mío fue así: empecé Filosofía básicamente estimulado por la lectura de Jean-Paul Sartre. Yo había leído toda la obra literaria, me estoy refiriendo a las novelas y a las obras de teatro, lo que se llama nouvelle, cuentos largos o novelas cortas. Toda esa obra literaria de Sartre la conocía de antes y cuando entré a FILO, el ambiente, el clima intelectual en la carrera de Filosofía, estaba dominado por la fenomenología y el existencialismo. En la cátedra de Gramática Castellana, que era una de las materias fundamentales en la carrera, comenzaba el estructuralismo. De modo que muy temprano hubo una polémica entre aquellos que reivindicábamos al sujeto, y por lo tanto éramos hegelianos, y por eso también éramos sartreanos, y aquellos que eran estructuralistas. Y ya en ese momento hubo una primera tensión entre hegelianos o marxistas-hegelianos y marxistas-estructuralistas.
De todas maneras, hay que hacer notar que en ese momento, que era el momento de las tiranías de Onganía, de Levingston y Lanusse, en la Universidad había cosas que, desde el punto de vista académico, no se podían decir ni estudiar. De modo tal que en ese contexto de dictaduras había una formación paralela, era la época de los grupos de estudio. Entonces, todo el proceso, por llamarlo así, de nacionalización, era con grupos de lectura donde se veía a autores como Jorge Abelardo Ramos, a Hernández Arregui…
J.P.G.: ¿Ahí es cuando te sumaste al peronismo?
G.L.: ¡Ché! Entre paréntesis, yo me vinculé con el peronismo, pero hay que entender que, para muchos, vincularse con el peronismo era vincularse simplemente con la revolución. A nadie se le ocurría otra cosa. Me estoy refiriendo al año 1973, cuando Perón vino al país. Ahí se juntaron dos millones de personas para recibirlo. De modo que el sujeto revolucionario ¡estaba ahí! La dinámica la vimos tempranamente con lo que ocurrió en el 69, con el Cordobazo. Entonces, uno estaba persuadido, no por argumentos de carácter ideológico o de carácter filosófico-científico, sino que uno estaba convencido por lo que en ese momento se consideraba que era la historia. La historia era la gran creadora. Que un tipo se reivindicara como revolucionario y al mismo tiempo no fuera peronista, era como una especie de excentricidad o algo así.
Por supuesto que había casos como el de Portantiero y Aricó, que son tipos que tenían la experiencia de una o dos generaciones respecto de mí, y por supuesto vos podías tener las prevenciones que naturalmente teníamos.
Pero en el caso mío, y con esto creo contar una experiencia generacional, muchos nos hicimos peronistas leyendo a Sartre. Yo no me hice peronista leyendo a Perón, sino leyendo a Sartre. La tercera posición estaba, por así decirlo, encarrilada, facilitada por lo que era la lectura del Movimiento del Tercer Mundo.
Pero quiero volver a la otra cuestión. Un militante de los años 70 no solamente tenía que tener una postura política, sino que, a su vez, se le exigía tener una postura dentro de la historia, tenía que debatir sobre cuestiones de carácter literario y de cine. De modo tal que una persona que era estudiante universitario y un militante no solamente tenía que hablar de política sino de historia argentina, tenía que hablar de historia latinoamericana y también de la historia del capitalismo. Por lo que la formación histórica de una persona que se dedicaba a la filosofía se tenía que complementar con la formación en historia y en literatura.
J.P.G.: ¿Te parece que para un estudiante de la época tenía mayor peso en su formación los grupos de lectura y la actividad extrauniversitaria o iban parejas?
G.L.: Creo que dependía un poco de la materia. Supongamos, en Filosofía Antigua tuve un profesor que se llamaba Conrado Eggers Lan, que pertenecía a una cosa que ahora ha reaparecido gracias a Francisco —se refiere al Papa—, que era la Guardia de Hierro. A usted Guardia de Hierro no le dice nada, pero a nosotros nos dice muchas cosas. Él pertenecía a Cristianismo y Revolución, que era como una floración americana o argentina de un fenómeno que se daba en todas partes de la cultura occidental, era el diálogo entre católicos y marxistas. Era una cosa muy seria, que estaba vinculada con lo que había sido el Concilio Vaticano II, lo que era la Teología de la Liberación, con lo que fue el Encuentro de los Obispos en Medellín y en Puebla; el compromiso de la Iglesia por la liberación de los pueblos. Era complejo todo eso.
J.P.G.: Era difícil encontrar en la universidad cátedras así.
G. L.: Claro. En la universidad no se podía decir cualquier cosa. En todas las aulas había una mirilla y el gobierno observaba desde afuera para ver qué era lo que se estaba haciendo y qué era lo que se estaba diciendo. Y después estaba todo lleno de infiltrados, no sabíamos si el tipo que estaba sentado al lado era policía o buchón de la cana.
Todo esto fue cambiando a medida que nos acercábamos al 72, 73, a la vuelta de Perón. Ahí hubo una aceleración, cuando Lanusse se atrevió a llamar a elecciones. Y entonces vino el Gran Acuerdo Nacional, el GAN.
Es decir, estaba la formación estrictamente académica en la universidad e insisto que el énfasis en la carrera de Filosofía estaba puesto sobre la fenomenología y el existencialismo. Había una versión marxista del existencialismo. El más notorio de todos era Sartre, pero también Enzo Paci y otros que no recuerdo, que la gente los leía.
Después había una lectura heterodoxa de Heidegger. Una lectura a-histórica y a-social. Había un texto de Heidegger que se llamaba Introducción a la Metafísica donde era muy explícito que estaba hablando del nazismo, pero entonces decían «esta Europa en su atroz ceguera, siempre a punto de apuñalarse a sí misma, yace sobre la tenaza formada por la Unión Soviética y los Estados Unidos de Norteamérica». Era una manera de arrimar agua desde la academia alemana para la posición nazi. Sin embargo, nosotros lo leíamos en términos de la tercera posición. Eran lecturas a-históricas, lo mismo que Ser y tiempo, que plantea esta decisión, el ser-para-la-muerte, la autenticidad del Dasein, se leía en términos guerrilleros, porque (según esa lectura) estaba alentando a una suerte de heroísmo, a la lucha por la libertad. Es decir que la misma formación académica te llevaba.
Un ejemplo en contrario que me parece muy elocuente era la lectura de La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental: introducción a la filosofía fenomenológica de Husserl, en la que se plantea, básicamente, qué tiene para decirnos la ciencia, qué tiene para decirnos la filosofía cuando sobreviene la barbarie, el nazismo. Lo que había era una exigencia a la ciencia y a la filosofía de encarnar nuevamente en los procesos históricos; la necesidad de que la ciencia tuviera una carnadura moral concreta. Porque hemos dedicado la vida a la cosa más importante a la que se puede dedicar un ser humano que es a la filosofía y a la ciencia y, sin embargo, cuando sobreviene la barbarie, no tienen nada que decir. Esa lectura sucedía en un contexto internacional en el que veías que la revolución estaba al alcance de la mano, porque había triunfado en Chile, la veías en Perú, en Bolivia, en Uruguay. Era el contexto de la derrota del imperialismo en Vietnam, porque la mitad de los vietnamitas eran socialistas, supuestamente. Entonces, en general, lo fundamental de todo era la presencia de la Revolución cubana. Ese contexto histórico favorecía a hacer una recepción revolucionaria, es decir, a hacer lecturas revolucionarias.
Yo me acuerdo de haber hecho un escrito sobre La República de Platón, sobre todas esas cuestiones. Sería aventurado decir que Platón es comunista, pero con la eliminación de la propiedad privada, la eliminación de la familia… Platón era una suerte de leninista, en el sentido de que planteaba un gobierno de los sabios y, por lo tanto, del partido de vanguardia. Es decir, ¡uno podía hacer una suerte de lectura leninista de Platón en ese contexto!
J.P.G.: En la planta de profesores, ¿se podía encontrar sectores reaccionarios?
G.L.: En general lo que había era un gran espectro muy antiperonista; pero había algunos profesores que eran peronistas. Entre ellos, Amelia Podetti y Andrés Mercado Vera que sacaban una revista que se llamaba Hechos e Ideas. Son los tipos que estaban vinculados a Guardia de Hierro. Podetti venía de una vertiente clerical católica. Pero Mercado Vera había sido discípulo de Carlos Astrada, quien había estudiado con Heidegger y con Husserl. Carlos Astrada era el gran filósofo argentino cuando se hizo en Argentina el Congreso Internacional de Filosofía en 1949, al que vinieron todos, Scheler, Gadamer, y Heidegger estuvo a punto de venir.
Amelia y estos tipos sacaban esa revista. Planteaban que era necesario hacer una recepción original, una recepción situada, una recepción conforme a una razón entendida histórica y socialmente y, por lo tanto, no tomar la lectura clásica de la historia de la filosofía (Descartes, Kant, Hegel, etcétera) sino en términos de «¿qué está en condiciones de decirme hoy la lectura de Descartes o de Kant?», «¿qué está en condiciones de decir la Ilustración hoy acá?».
J.P.G.: Fueron diversas las convergencias que terminan en el peronismo…
G.L.: Por ejemplo el derrotero de Leopoldo Marechal, que también es un tipo que nace en los cursos cristianos, que entonces decía: «Yo, un viejo cristiano, termino apoyando la Revolución cubana». Es decir, con el catalizador del peronismo, tenías que hacer la siguiente operación: el pueblo era el pueblo peronista. Y si vos hacés esa operación, resulta que el pueblo peronista es el proletario. «Donde está un trabajador, ahí está la patria» decía la compañera Evita.
J.P.G.: Donde está el pueblo, está Perón.
G.L.: Y donde está el pueblo, está Perón. Pero había toda una discusión acerca de qué pasaba con Perón, ¿no? Porque era difícil de digerir rápidamente, para tipos que venían de la izquierda, la existencia de un líder carismático, de un tipo que tenía la indecencia de exigir que le dijeran «¡Perón, Perón, qué grande sos!». Eso era completamente repugnante para la cultura de la izquierda. Perón decía «muchachos» de manera paternalista; pero a Perón nunca nadie le dijo «compañero». Se le decía «compañera» a Evita; a Perón se le decía «General», «mi General». Entonces, ¿cómo se digería? Eso se decía cuando se hizo evidente la disidencia entre Montoneros y Perón.
El líder no era otra cosa que el resultado de una cierta relación social de las masas. Usted es líder solo si responde a lo que las masas desean; el pueblo es el que decide lo que debe hacerse, en definitiva, las masas. De modo tal que no era importante hacerle la cabeza a Perón; no importaba tanto Perón, sino lo que pasaba en la plaza. En la plaza, en la dinámica de «las organizaciones libres del pueblo», para utilizar las palabras de Perón, ahí estaba la clave de lo que el líder iba a terminar decidiendo. Después los hechos históricos manifestaron que la cosa era bastante más compleja e incluso contradictoria y que falsaban la teoría.
J.P.G.: De la Tendencia Revolucionaria Peronista, ¿a qué sector te incorporaste?, ¿cómo fue tu recorrido?
G.L.: Lo que ocurría era que el peronismo se vestía de muchos modos, porque no había una tradición estrictamente peronista, ¿no? Yo me vinculé con lo que entonces se llamaba la Tendencia Revolucionaria del peronismo cuando me vine a Paraná. Es más, la que era decana de esta facultad, Susana Froi de Boeykens, era de la Tendencia. Entonces, si vos querías integrarte a la Tendencia, te preguntaban: «¿Usted acepta la condición político-militar de Montoneros?», y vos tenías que decir que sí. Era como una especie de rito informal, pero había un rito.
J.P.G.: ¿Ese era el mismo período en que se cerraba la Facultad en Buenos Aires?
G.L.: Exactamente. En noviembre de 1972 volvió Perón. Vino y no negoció nada con Lanusse y, al contrario, no solo los derrotó políticamente, sino que los humilló. En esta facultad debo ser el único tipo que ha estado ahí, lo mismo que estuve en Ezeiza, en la primera manifestación del terrorismo de Estado en Argentina. Es decir, del terrorismo organizado desde el Estado.
J.P.G.: Cuando fuiste a Ezeiza, ¿con qué sector lo hiciste?
G.L.: Yo fui con los de la Tendencia. ¿Qué era la Tendencia? Estaba integrada por lo siguiente: había un Frente, estaba la Juventud Peronista, que trabajaba en los barrios; la Juventud Trabajadora Peronista, que trabajaban en los sindicatos; la Juventud Universitaria Peronista, que trabajaba en las universidades; la Unión de los Estudiantes Secundarios (UES), que trabajaba con los estudiantes secundarios; después estaban los grupos político técnicos y estaba el Estado Mayor Montonero que era el que asignaba tareas. Estaban los Montoneros que era una organización político-militar. Todo eso integraba la Tendencia. Y ahí había cuadros político-militares. En ese momento Montoneros podía juntar cien mil tipos en la calle. Esa operación en este momento solo la podría hacer la Iglesia católica; no juntar cien mil tipos, pero sí juntar una tropa. En aquel entonces también lo podía hacer la izquierda. Llenar la Plaza de Mayo era una operación relativamente sencilla para esas expresiones sociales, ¿no?
De todos los tipos que fueron en noviembre del 72 o en junio del 73, no todos iban encuadrados. Montoneros era una organización de cuadros, había responsables político-militares, con un brazalete, que se hacían cargo de pequeños grupos, porque también había provocadores, infiltrados, buchones, el asunto era bastante complejo.
Entonces yo fui a Ezeiza. Por supuesto que no pudimos llegar al escenario de bienvenida a Perón; pero eso fue una cosa que tuvo un altísimo costo político, porque tuvieron que sacar el Ejército, los tanques y los carros de asalto a la calle. Hubo levantamientos de militares, muy poco significativos, que se negaban a reprimir al pueblo. De modo tal que en noviembre del 72 ya había una dinámica muy acelerada que convenció a todo el mundo de que estábamos en un proceso revolucionario.
Con el correr del tiempo, yo digo que la Argentina vivió —entre el año 1969 y el año 1983— un proceso revolucionario y la derrota de la revolución. Me animo a sostenerlo con argumentos historiográficos. El saldo de eso son los 30.000 desaparecidos.
J.P.G.: Una revolución trunca y una contrarrevolución…
G.L.: Exactamente. Vos has dicho las palabras: una revolución y una contrarrevolución que comenzó, como te decía, el 20 de junio de 1973, en Ezeiza. Allí hubo una matanza, una represión orquestada por el Estado, de modo que ese fue el primer acto del Terrorismo de Estado.
J.P.G.: Hay lecturas que dicen que Perón estaba detrás de los sectores de derecha en esa época.
G.L.: Pensar que en ese momento podía haber una organización de carácter terrorista, paramilitar, sin que Perón lo supiera, es una tontería. Creer que alguien le podía hacer la cabeza a Perón o creer que algo podía ocurrir en el país sin tener el conocimiento y el consentimiento de Perón, es descabellado. Hay un ejemplo manifiesto, Perón trataba como si fueran sirvientes a López Rega y al propio presidente Cámpora.
J.P.G.: ¿Qué tan cerca de las expresiones armadas estuviste en tu militancia?
G.L.: Bueno, yo no tengo instrucción militar. De hecho, cuando me vine acá —a Paraná— comencé a militar dando clases sobre Hernández Arregui y José María Rosa en la escuela de cuadros. Era lo que se llamaba la izquierda nacional y lo que era el nacionalismo plebeyo, revolucionario, Jauretche, Scalabrini Ortiz, todo eso que podía tener una recepción en los términos del Proceso de liberación nacional y social. Había un libro que tenía una gran autoridad, que se llamaba La formación de la consciencia nacional de Hernández Arregui, donde la consciencia nacional se forma sumando los diferentes ingredientes. Eso decía Hernández Arregui, que era un discípulo de Rodolfo Mondolfo, un destacadísimo intelectual perseguido por el fascismo que recaló en Argentina.
Hernández Arregui te permitía hacer, para usar las palabras de la dialéctica, una Aufhebung, es decir, una lectura donde podías eliminar determinados aspectos y, al mismo tiempo, retener algunos otros de tradiciones como: el nacionalismo, Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), de la Izquierda así llamada cipaya, es decir, el Partido Socialista, el Partido Comunista, todos aquellos que habían estado en la Unión Democrática, es decir, el furgón de cola del imperialismo yanqui.
Ese libro enseñaba a distinguir el oro de la escoria y permitía que uno hiciera algo así como la aprobación de cuadros que tenía Montoneros.
J.P.G.: O sea que tus primeros pasos en la docencia fueron formando cuadros y no insertándote en la cátedra universitaria.
G.L.: Exactamente. Yo comencé mi tarea docente en la escuela de cuadros de Montoneros, para decirlo de alguna manera. Previamente entré de manera transitoria en las clases de Introducción a la Filosofía, pero de una manera informal, nunca fui ayudante de cátedra, porque ni bien me recibí tuve que escaparme para acá —se refiere a Paraná—.
J.P.G.: En este período, ¿cuáles sentís que eran los principales debates?, ¿por dónde pasaba la historia en la facultad?
G.L.: Vivimos la peor época de la historia universitaria. Pero por ejemplo, si vos te venías en el año 1983 a la Universidad argentina, en el período en el que se vivía la normalización de la facultad, entonces los debates eran políticos y académicos.
En la década de 1970 tenían esta doble vertiente… lo que parece ser que ahora no se ve, que aun en la más oscura de las metafísicas y en la más oscura de las teologías, siempre hay un nervio moral y siempre hay un nervio de carácter político, de modo tal que, aun cuando uno está hablando de una cosa muy abstracta, ahí es necesario encontrar la cuestión política. Si vos tenías que estudiar a Píndaro, es decir la lírica griega, tenías que entender por qué esa lírica griega tenía relevancia histórica en este proceso, que en definitiva era revolucionario. Es decir, lo que importaba era la revolución. Lo que importaba en ese momento era el proceso de liberación nacional y social. Todo eso fue de manera casi ininterrumpida hasta la caída de Cámpora.
J.P.G.: Pero ¿era discutido en términos de lucha de clases, o imperialismo vs. antiimperialismo?
G.L.: El libro de Mao sobre la contradicción era una coartada perfecta. Entonces, la contradicción, ¿qué decía?… no es que hay una sola contradicción, que es la contradicción entre el proletariado revolucionario y la burguesía expoliadora, sino que hay muchas contradicciones. Hay contradicciones que son principales y hay contradicciones que son secundarias. Entonces, vos ¿cómo podías aceptar el gobierno de Cámpora, cuando manifiestamente no era la dictadura del proletariado? Cámpora era el jefe de la concentración… de la Confederación General Económica (CGE). El director de eso era Carlos Ábalo. Los que vos me acabás de nombrar…
J.P.G.: Gelbard.
G.L.: Gelbard era un cuadro del Partido Comunista. Hay una célebre anécdota, no sé qué grado de veracidad tiene, que dice que, cuando Gelbard habló con los Montoneros, les dijo: «Nosotros, el proletariado revolucionario; ustedes, la pequeña burguesía católica y nacionalista»… es decir, que Gelbard era un cuadro del Partido Comunista. Cuando fue a la Unión Soviética, en 1973, fue recibido con honores de Jefe de Estado, ojo.
Montoneros había pasado por una serie de peripecias, y eso que había sido organizado por el cura Mujica y la Juventud Estudiantil Católica, la Juventud Obrera Católica. Cuando se vincula con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que era un desprendimiento del Partido Comunista, el nivel teórico de los Montoneros mejora. Es decir, porque se vinculan con…
J.P.G.: Quieto estaba ahí, ¿no?
G.L: Quieto estaba ahí. Y después estaban las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), que eran el Peronismo de Base, que era peronismo sin Perón. Es decir, estaban con el pueblo peronista pero no estaban con Perón. Ahí estaba, por ejemplo, Pino Solanas, Envar El Kadri, Susana Velleggia, eran dependientes de las Fuerzas Armadas Peronistas.
Entonces el gobierno de Cámpora no era el gobierno… pero se tenía la esperanza de que podía radicalizarse si Perón no lo frenaba y, al contrario, lo instigaba.
Supongamos que Perón —y esto vale para el 17 de octubre— el 20 junio, teniendo dos millones de tipos al lado, decía «ahora comenzó la liberación nacional». Lo único que había que controlar eran las fuentes de energía, las fuentes de abastecimiento, las carreteras… el tipo podía encabezar un proceso revolucionario, una asamblea popular, un plebiscito revolucionario. Ahora, no solo que no fue, sino que Perón los cagó a tiros. De modo tal que Perón no estaba en eso.
En esa época, Montoneros decía: «Hay una contradicción principal y una contradicción secundaria. Entonces, está el imperialismo que es nuestro enemigo principal. Está la Unión Industrial Argentina (UIA), que reúne a la industria concentrada, y está la Sociedad Rural, que es la oligarquía terrateniente. Pero del otro lado están los empresarios nacionales nucleados en la CGE, está la Federación Agraria, que reúne a los pequeños propietarios rurales, de modo tal que en un período de transición al socialismo, nosotros podemos hacer una alianza de carácter táctica con estos, hasta que se profundice, se radicalice el proceso de revolución». Entonces vos te preguntás… Los tipos eran maoístas, no se sabía si era una coartada de carácter política, o era una excusa, o era algo que realmente ellos pensaban.
Montoneros fue transitando de un catolicismo a un catolicismo más revolucionario. Después se contagió de la Revolución cubana y finalmente terminó en el marxismo. Pero el Che Guevara era una cosa bastante parecida. Tanto Fidel Castro como Guevara eran, vamos a decir, unos marxistas bastante improvisados.
J.P.G.: O sea que en el periodo en que vos estabas en la Facultad de Filosofía y Letras las contradicciones y los debates iban casi decantando solos…
G.L.: Pero, además, de una manera en que miles de tipos se hacieron mierda. Es una historia que va del 69 al 76. En ese período vos habías experimentado… primero un golpe mortal para los tipos que estaban en esa posición, cuando Perón los expulsó de la plaza, porque ahí se blanquea la falsedad de la teoría del cerco. En ese momento se había inventado una teoría, que consistía en que Perón estaba cercado. Que había como una especie de cinturón… López Rega, Isabelita, la burocracia sindical, Rucci, no sé… esos eran los tipos que no dejaban que el líder pudiera vincularse de manera directa con el pueblo. Era una mentira grande y, simplemente, uno no la quería ver. Este era el cuento chino que circulaba en aquella época. Entonces, cuando Perón dijo «ustedes ¿saben qué?, son unos imberbes… yo siempre he defendido a estos», que nosotros sabíamos que eran la burocracia sindical. Cuando Perón tuvo que elegir entre la «juventud maravillosa» y la burocracia sindical, se quedó con la burocracia sindical.
J.P.G.: ¿Cómo fue la experiencia de tener que irse de la plaza?
G.L.: La impresión que yo tengo es que, cuando nos echaron, había mucha más frustración que irritación. Es interesante destacar que los que nos escupían, los que nos cagaban a palos, los que nos tiraban piedras y todo, eran los de la juventud sindical peronista, es decir, los tipos de Moyano.
Había consignas que decían así… «Qué boludo, qué boludo, votamos a una muerta, a una puta y a un cornudo». Al General no le gustó y tampoco le gustó que le dijeran… «Qué pasa, qué pasa, qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular». Incluso llamaron «gorila» al propio Perón. Fijate vos cómo el derrotero de la palabra gorila ha pasado por varios periplos ideológicos, lingüísticos y por diferentes juegos de lenguaje.
Entonces, yo creo que la mayoría de las personas estaban frustradas, porque uno tenía la sensación de que tu padre o que tu líder te falló… Uno que tantas veces había dicho «la vida por Perón»… Entonces, estos tipos que habían reactualizado la manera de cantar la marcha peronista, introduciéndole el ingrediente de la patria socialista, muchos se sintieron muy defraudados, muy frustrados.
Esto produjo la primera gran baja. Es decir, los Montoneros, que hasta ese momento habían tenido una línea ininterrumpida de ascenso, empezaron a caer. Hay una cantidad de gente que dejó de militar.
J.P.G.: ¿Habías formado parte de grupos de lectura fuera de la Facultad?
G.L.: Antes de 1973, sí.
J.P.G.: Con las lecturas de Hernández Arregui…
G.L.: Sí. Si vos querías estudiar Marx, no podías estudiarlo. Si vos querías leer Ho Chi Minh o Giap no podías. Tampoco podías leer el libro de Fanon, Los condenados de la tierra, con prólogo de Sartre, que era una de las lecturas más influyentes de la época.
J.P.G.: Esos eran todos grupos autogestivos de estudiantes…
G.L.: De estudiantes y, además, con discusiones que se daban sobre eso.
J.P.G.: Las tres veces que viste a Perón fueron en instancias públicas, en la plaza…
G.L.: Al General Perón lo vi cara a cara por lo menos tres veces, desde una relativa cercanía física. A pocos metros lo vi en calle Gaspar Campos, que fue cuando regresó. Ocurrido el operativo militar que había impedido que nosotros llegásemos a Ezeiza, Perón se fue a Gaspar Campos. Eso se convirtió en la meca, un lugar de peregrinación…
J.P.G.: Como Puerta de Hierro.
G.L.: No, porque era un lugar donde iban ¡miles y miles de personas! No sé cuántos, a verlo a Perón… Perón salía, hacía la «v» como de costumbre y después se metía adentro. Ahí lo vi dos veces. Y después… lo vi siempre a pocos metros ¿no? Lo vi en la plaza y después lo vi muerto.
Sus maestros
J.P.G.: Volviendo a tu formación en la Facultad, ¿quiénes sentís que fueron tus referentes en la carrera de Filosofía?
G.L.: En la carrera, un tipo que me impresionó mucho fue Adolfo Carpio, que era muy gorila, también era anticomunista, pero era un profesor de un inmenso rigor académico. Él había sido discípulo de Francisco Romero y era anticomunista. Era un rigurosísimo conocedor de la historia de la filosofía… lo único que no sabía leer era griego, cosa de la que él se lamentaba. Pero sabía muy bien alemán, francés, inglés, de modo tal que cuando hablaba de Hume, es porque lo había leído en inglés, cuando hablaba de Descartes, lo había leído en francés y consultado en ediciones latinas. Después, hablaba muy bien alemán, había estudiado en Alemania, entonces, era un apersona que tenía rigor intelectual y enseñaba a estudiar la filosofía.
Era un poco elitista. Me acuerdo cuando entré a su clase. Él enseñaba Introducción a la Filosofía. Yo no conozco ningún texto que sea mejor que ese, que ahora se ocupa en tantos lugares, Principios de Filosofía, que no son otra cosa que la desgrabación de sus clases, que luego las retocó y editó. También daba Metafísica y Gnoseología. Cuando comenzaba las clases preguntaba: «¿Quiénes son los que saben alemán?... Bien, ¿por qué no se sientan acá?». Y él daba dos clases, una para la plebe y otra para los que sabían alemán. Eso creaba una especie de elitismo, pero también era decir: «Mire, si usted quiere estudiar seriamente, tiene que hacerlo de esta manera». Ese fue uno de los tipos que tuvo una fuerte impronta en mi formación. Si yo tengo que buscar tipos que influyeron en la historia de mi formación, Carpio es uno de ellos.
Después estaban Andrés Mercado Vera y Amelia Podetti, que eran la expresión de que uno tenía que pensar de manera autónoma y tenía que ejercer la autonomía en términos de una razón históricamente situada, como ya mencioné.
Esto, cuando estuve estudiando en Francia y en Alemania, yo lo experimenté en carne propia. Si uno va a Alemania a decir «Yo estudio Kant», los tipos se te mueren de risa. Si uno va a hablar sobre Sartre en Francia, se te ríen. Es decir, ellos están estudiando el siglo xviii y es muy difícil que vos puedas decir algo raro sobre Kant que no se haya dicho. De modo tal que esta no es tu película. Lo que sí puede hacerse, y es lo que proponían tanto Amelia Podetti como Mercado Vera, es: ¿qué tiene para decirme a mí Rousseau?, ¿qué tiene para decirme a mí la polémica entre Hume y Adam Smith?, ¿qué tiene para decirme a mí Kant de Descartes?
Es la encrucijada de «la rosa de la razón en la cruz del presente», para utilizar la fuerte metáfora de Hegel en el principio de la Filosofía del derecho. La rosa de la razón, en la cruz del presente. La filosofía no es otra cosa que su época llevada al pensamiento, por lo tanto, de eso es lo que se trata: no pretenda ser un filósofo desvinculado de sus circunstancias históricas y sociales y geográficas. Bueno, esto fue algo que a mí me marcó con mayor o menor énfasis, de manera definitiva.
Para terminar, yo también padecí de una reacción muy ambigua. Yo me preparé para dedicarme a la filosofía antigua, cuando era estudiante hice cinco cursos de griego, cinco cursos de latín y estudié alemán para dedicarme a la filosofía griega. La vida después me llevó por otro lado, no me dediqué nunca a la filosofía griega, pero en ese transcurso asistí a las clases de Carlos Disandro, que era un católico preconciliar, muy pero muy reaccionario, muy pero muy conservador, que estuvo apañando una de las organizaciones terroristas de la derecha peronista que se llamaba Concentración Nacional Universitaria (CNU) a la cual pertenecía el compañero Hugo Moyano, el pistolero de Mar del Plata.
Y bueno, este tipo, fuera de sus cuestiones políticas, era un profesor fervoroso. ¿Qué quiere decir fervoroso? Que te contagiaba. Uno experimentaba con él que la literatura, en este caso, literatura de América Latina, no era cosa del pasado sino que te trasmitía ese fuego, la vivencia, la pasión, el entusiasmo. Entonces uno tenía recaudos…
J.P.G.: Era letra viva...
G.L.: Exactamente, era letra viva. Decía: «Entenderás que la letra mata y el espíritu vivifica»… de modo tal que me impresionó mucho, más que nada cómo uno debe apasionarse por las cosas que hace. Cómo uno puede encontrar pasión en algo que aparentemente es un estudio científico de la filología. «Mire, usted tiene que tener entrenado su griego, su latín, su edición, su bibliografía»… y al mismo tiempo darle a eso una pasión, un entusiasmo, un arropamiento que se transmitía… que era como un fuego de la vida del espíritu.
Después tuve otros profesores que eran destacados, pero no los recordaría como personas que me marcaron. En el sentido de que me determinaron de alguna manera el itinerario de formación.
Esto de Carpio: «Mire señor, usted tiene que estudiar del texto original, tiene que hacer esta cosa, todo lo demás es charla…», y los otros tipos —se refiere a Podetti y Mercado Vera—, esta cuestión de la razón situada. Estoy haciendo una especie de reconstrucción estilizada, donde le estoy poniendo algunas palabras que no son del todo fieles, respecto a lo que los tipos eran o lo que los tipos decían.
Transición a la democracia
J.P.G.: Cerrado tu periodo de facultad, durante la última dictadura, tuviste que hacer un exilio interno…
G.L.: Sí, absolutamente. Me vine rajado al campo cuando la casa en donde yo vivía en Buenos Aires fue allanada, porque uno de los compañeros con quien convivía era de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), pero él sí tenía instrucción militar. De modo tal que esa casa fue allanada, entonces rajamos.
Yo primero estuve circulando en Buenos Aires, en diferentes casas donde me alojaron hasta que me recibí.
J.P.G.: Te alojaron y te escondieron.
G.L.: Me preservaron. Una de ellas era la casa de mi esposa. Y después me vine en septiembre de 1976 al campo de mi familia —ubicado en Don Cristóbal Segundo, Departamento Nogoyá— y pasé varios años viviendo allí.
J.P.G.: Ahí fue un aislamiento total.
G.L.: Hubo meses enteros en los que yo no venía a Paraná. Además, siempre tenía el terror y la angustia de que en un determinado momento vinieran los patrulleros y me llevaran. Yo viví durante mucho tiempo con una gran angustia.
J.P.G.: ¿Sufriste amenazas?
G.L.: Yo estaba muy marcado porque tenía una actuación pública que era bastante notoria, en Paraná sobre todo. Además, porque a mi compañero de habitación desde que fui a Buenos Aires, lo habían matado en un enfrentamiento militar. Entonces no eran pocos los que decían… «Lo matamos al Chino Iturriza y ahora lo vamos a matar a Gustavo Lambruschini…» Entonces siempre estaba ese fantasma ¿no? Eso hasta que el dueño de El Diario de Paraná, Luis Félix Etchevehere, me sacó del campo y me hizo circular en el ámbito de la Asociación de Entidades Periodísticas de Argentina (ADEPA).
J.P.G.: Pero para ese momento ya había pasado lo peor…
G.L.: Sí, estábamos en una suerte de dictablanda, era la época de Viola, el ministro del interior Liendo, acá en la provincia de Entre Ríos estaba Washington Ferreyra, secretario general de la gobernación, el hijo de Raúl Uranga. De modo tal que la cuestión se había aflojado bastante. Después vino Mario Bertozzi, como gobernador de la provincia, y ya era otra cosa.
J.P.G.: En ese período de autoexilio en que te mantuviste recluido de todos tus vínculos ¿estuviste estudiando filosofía?
G.L.: Exactamente, estuve estudiando filosofía e historia, porque mis amigos estaban muertos o presos, y después estaba aislado del debate intelectual. Lo que sí te puedo asegurar es que hacía una lectura prolija de los diarios, leía El Diario, La Prensa y el diario Argentinisches Tageblatt que tenían los Alemann.
J.P.G.: Como balance del período, ¿considerás que hubo gruesos errores de lectura política de las conducciones políticas? ¿Qué revisión podrías hacer?
G.L.: Lo importante es la ruptura epistemológica que significó el triunfo de Alfonsín en las elecciones. Después de la experiencia del 83, que fue una crisis epistemológica, nunca pensaba que iba a ganar las elecciones Alfonsín. Nosotros, los peronistas, descubrimos una cosa, la universalidad de los derechos humanos, o la universalidad de la república o la universalidad de la democracia.
Si vos en el 73 decías «derechos humanos», o «democracia», o «república», venía todo el mundo y te trataba de idiota, de liberal. Te decían: «Lo que importa es la revolución. Lo que importa es la liberación nacional y social». Si hablabas de derechos humanos, hablabas en un código que no era el de la época. Con el terrorismo de Estado, ahí, descubrimos el valor de los derechos humanos.
Para la inmensa mayoría del pueblo peronista fue una cosa completamente inesperada. Primero, porque con el número de afiliados que tenía el peronismo en 1983 era casi imposible que los números te dieran para que el peronismo pierda las elecciones. Y segundo porque nosotros siempre hemos vivido de una mitología falsa, que era la existencia de lo que se llamaba el movimiento nacional. «Hay un movimiento nacional», esto era un verso… un ideologema, en el sentido de una productora de falsa consciencia, que hay algunos que todavía lo consideran. Esto del movimiento nacional y popular es una versión del movimiento nacional.
Entonces, ¿qué era el movimiento nacional? El movimiento nacional comienza en el siglo xviii con Túpac Amaru y antes aún con la rebelión de los mapuches, los araucanos; y siempre en contra del imperio y del imperialismo. No es que el imperialismo fuera como una determinada relación social a escala planetaria, sino que el imperialismo era una cosa bastante mítica. Túpac Amaru es derrotado, pero se reencarna en el ejército de la independencia…
J.P.G.: En los gauchos de Güemes…
G.L.: En los gauchos de Güemes, en la Guerra gaucha, en el Ejército Libertador, Bolívar, Ayacucho. Nosotros repetíamos: «¡Por un nuevo Ayacucho!», diciendo que había una continuidad histórica entre la guerra de independencia y la independencia de América Latina… con la consigna «Latinoamérica ahora o nunca» y eso, a su vez, había sido derrotado por la oligarquía porteña, pero había resurgido como el ave fénix de las cenizas en el movimiento de Yrigoyen; y el yrigoyenismo que había sido frustrado por el alvearismo, se había reencarnado en el peronismo; y ese pueblo jamás podía ser derrotado en las urnas. La única manera que tenías de derrotar al movimiento nacional era mediante la represión, mediante la censura, mediante la proscripción.
Pero en 1983 Alfonsín ganó limpiamente. Además, Alfonsín dijo una cosa que era una verdad: que existía un pacto sindical-militar, y eso fue verdad. Ni el Partido Justicialista, ni el peronismo participaron de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), ni del Juicio a las Juntas. Es decir, Lúder, que había sido convencional constituyente de la reforma de 1949, profesor de Derecho Constitucional, el tipo hablaba de la continuidad jurídica del Estado y, por lo tanto, si vos respetabas un pagaré, si vos respetabas un cheque, si vos respetabas un alquiler, vos tenías que aceptar la ley de autoamnistía de los militares.
De modo tal que la derrota electoral fue, al mismo tiempo, un quiebre epistemológico, una crisis epistemológica. Fue muy importante porque nosotros todavía hablábamos de la liberación nacional y social y decíamos que Alfonsín era un representante de la Coca Cola y del imperialismo.
Entonces, recién en ese momento hubo como una conversión, en donde comenzamos a hablar de manera elogiosa de la democracia, de la república y de los derechos humanos. Estas eran las palabras denigradas, que poco tendríamos que acotar en este momento, eran consideradas como parte de la democracia liberal, del demoliberalismo, que era como una cosa mal vista. Además, no reconocíamos que el liberalismo político era el inventor de los derechos humanos. Este es el gran saldo que impugna el espíritu de la época que va de 1969 a 1983.
J.P.G.: Peronismo y marxismo incluidos digamos…
G.L.: A ver, hay marxistas que consideran que la revolución del proletariado no puede ser sino la radicalización de la revolución democrático-burguesa. O, dicho de otra manera, no puede existir un gobierno que se diga socialista y que viole los derechos humanos, la libertad de prensa o la libertad de expresión, o que persiga a personas por sus ideas, o que impida la libre asociación de las personas. Ese es un gobierno que no puede decirse socialista. Hay muchos que consideran que el socialismo es eso. Muchas de las tradiciones, no solamente de la socialdemocracia, esto lo dijeron en la época de Bernstein y Kautsky en adelante, pero también incluso desde el trotskismo. Solamente el estalinismo ha hecho el experimento de… también Rosa Luxemburgo… de modo tal que no es en contra del marxismo.
J.P.G.: Es ubicar al marxismo en otro lugar.
G.L.: Lo que ocurre es que el marxismo era el tren de la historia. Entonces, no es que uno empezaba a hacer elucubraciones y sutilezas teóricas. Además todo esto se daba de manera muy precipitada. En el año 1968 casi no había ninguna organización peronista, tal vez había alguna pero no la veías; estaban los chinos, los trotskos, el Partido Comunistas (PC), el MOR, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), todo eso estaba; ahora, peronistas, no sé si existían.
A partir de 1969, con el Cordobazo la cuestión ya había cambiado. Entonces, en esa vorágine histórica, la gran pedagoga era la historia. Para nosotros era muy evidente que si los trabajadores eran peronistas y la vanguardia del proletariado era peronista, uno tenía que estar con ellos. Por supuesto, estaba identificada la burocracia sindical.
J.P.G.: Así que tu salida de la dictadura empieza incorporándote a ADEPA.
G.L.: Ahí conocí detalladamente lo que pasó con Papel Prensa.
J.P.G.: Ahí pudiste volver a escribir.
G.L.: Sí, sí. Ahí me transformé… yo no me acuerdo cuándo empecé a escribir y me transformé en algo así como un columnista permanente de El Diario de Paraná. Que luego fue comprado por los kirchneristas. Hasta ese momento siempre escribí en El Diario de Paraná.
J.P.G.: ¿Cómo llegaste a la Facultad de Ciencias de la Educación y cómo se rearmó la carrera de comunicación?
G.L.: Yo llegué en media res, porque el ingreso a la UNER lo hice en la Facultad de Ciencias Económicas, después me fui porque había una serie de problemas y aterricé acá.
En esta facultad había un clima muy interesante, porque había auténticos debates políticos y académicos. Era el proceso de normalización de la Universidad, entonces había algunos a los que los habían echado al otro día en que fue intervenida la Facultad. Después había otros a los que les faltaba poco para jubilarse y se les pidió que se retiren, y después estaban todos los que empujaban desde abajo. Era muy impresionante el protagonismo del movimiento estudiantil. Si vos querías ser profesor, les tenías que decir qué estuviste haciendo hasta ahora. El movimiento estudiantil tenía casi un poder de veto. Acá, en ese momento, era Franja Morada y después estaba la decana… yo estuve en los últimos meses de Marta Saldías de Uranga como decana, y después siempre con Martha Benedetto, ella tuvo la agudeza de decir «bueno, o hacemos una cuestión completamente aldeana y nos reciclamos entre nosotros, o lo que hacemos es que la Facultad de Ciencias de la Educación sea algo extraordinario», respecto de lo que era la Universidad de Entre Ríos. Entonces, ¿en qué consistía eso? En importar profesores. Entonces se decía: «Usted tiene que reconstruir la carrera de comunicación. ¿Y a quién vas a traer? Lo traemos a Sergio Caletti, lo traemos a Jorge Rivera, traemos a Patricia Terrero, la traemos a Alicia Entel, lo traemos a Nicolás Casullo, lo traemos a Horacio González, lo traemos a Héctor Schmucler, a Susana Velleggia». De modo tal que vos te encontrabas con…
J.P.G.: Humberto Ríos.
G.L.: Claro. Vos te das cuenta cómo era la historia. Al punto tal que un tipo particularmente agudo como era Rivera dijo «la carrera de comunicación de la UNER es mejor que la de la UBA». Ahora, no es que todos los tipos estuvieran de acuerdo con eso. Estaban todos los PC, estaban los peronistas, estaban los socialistas, estaban los comunistas, estaban los radicales, estaba todo el zoológico, con una conducción muy pluralista. La decana era completamente antiperonista, lo cual delata la apertura, porque varios de estos eran de la «noble causa» —se refiere a la manifiesta militancia peronista de Puiggrós, Caletti y Casullo—.
Y acá había un gran debate de ideas. Entonces venía Laclau. Y después en educación la trajeron a Adriana Puiggrós. La cuestión es que la Facultad tenía que estar integrada a lo que era el estatuto de las discusiones, acerca del estado de la cuestión de las discusiones en el campo.
Había debates en los congresos. Era un debate auténtico. De modo tal que había un reconocimiento nacional de la Facultad de Ciencias de la Educación. Fijate vos que la mayoría de todos estos tipos eran de la UBA. Esta Facultad podría haber dejado escapar la oportunidad. Si esos tipos no hubiesen estado acá, el nivel académico de la Facultad hubiese sido otro.
Notas
1Entrevista realizada el 6 de marzo de 2019 en el marco de mi investigación para el programa de Doctorado en Ciencias Sociales de la UBA.
Juan Pablo Gauna | Universidad Nacional de Entre Ríos - Universidad de Buenos Aires, Argentina
jpgauna@gmail.com
Es docente e investigador de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) y la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se desempeñó como docente en la cátedra Investigación en Comunicación en la cual Caletti era titular.
Fecha de recepción: 24 de marzo de 2020
Fecha de aceptación: 30 de mayo de 2020